dissabte, 25 de febrer del 2012

Los pródromos de la reforma



La cristiandad occidental, ya desde mucho antes de Lutero, tenía la voluntad de reformar la Iglesia. Este proyecto reformista se había dejado sentir desde el siglo XI y si bien de vez en cuando se satisfizo, nunca fue de un modo completo.
La idea de reforma surgió en el momento en el que el comportamiento de la Iglesia empezó a ser decepcionante. Los cristianos ya desde el siglo XI empezaron a observar que la imagen pura y virtuosa de los fieles más primitivos había desaparecido con el tiempo y se había generado ante ellos una imagen de decadencia y adulteración.  Por tanto, la idea de reforma  se nutrió de una imagen del cristianismo que se fue forjando progresivamente por reacción frente a aquello en lo que el cristianismo se había convertido efectivamente.
 Entre los siglos XI y XIV se produjo un fenómeno nada paradójico: cuanto más peso había ganado la Iglesia en la esfera política y más poderes terrenales se le atribuían, más se pensaba que había degenerado y dejado de cumplir sus funciones más primordiales.
Habría que destacar que ninguna de las dos partes configuraba un cristianismo más genuino sino que diferenciaban en las funciones que debía ejercer la Iglesia.
Estas dos tendencias eran por un lado la espiritualista y por otro la temporal y política. Como los primeros estaban en minoría y los partidarios de la segunda solían tener en su poder la organización eclesiástica, más de una vez los segundos condenaron e hicieron perseguir como herejes a los primeros. Estos dos grupos fueron enfrentándose a través de los siglos y los grupos de laicos se fueron uniendo al bando reformista. Esto es perfectamente comprensible ya que la Iglesia situaba a los laicos en un nivel inferior con respecto del clero. La comunidad eclesiástica había reivindicado para sí una gran cantidad de privilegios, convirtiendo a la comunidad cristiana en un conjunto donde ellos eran gobernantes y los fieles, súbditos.
" De locis sanctis", Beda, s.XI

Este fenómeno se acentuaba hasta tal punto que la Iglesia se arrogaba el monopolio de la interpretación de las Escrituras, de la definición de las creencias e incluso de la predicación. El culto estaba organizado para que los sacerdotes fueran los intermediarios indispensables entre los hombres y Dios ya que la masa de creyentes no tenía los medios morales o intelectuales para orientarse por sí sola u oponerse a la función de los eclesiásticos.
En este contexto, algunos pensadores reaccionaron de modo radical. John Wiclef (1330-1384)desde Inglaterra, había sostenido que los príncipes tenían derecho a expropiar al clero y a distribuir y administrar sus bienes en beneficio de la colectividad; además, atacaba las indulgencias, la pretensión de los eclesiásticos de expenderlas y traficar en cierto modo con ellas. Se opuso no sólo a la infalibilidad pontificia, sino también a la utilidad de tener un papa. Estos puntos de vista se expandieron hasta Bohemia donde fueron introducidos por Jerónimo de Praga en 1401 y confirmados por Jan Hus (1369-1415). Este pensador afirmaba que nadie podía hacerse pasar por representante de Cristo o Pedro si no imitaba su comportamiento.
Retrato de Jan Hus

Finalmente, las personas religiosamente sensibles consideraban que el cristianismo se había reducido a un conjunto de prácticas y devociones externas y que los organismos oficiales se habían despreocupado de la adhesión interior y la comunidad espiritual con Dios. Intérpretes de esta insatisfacción fueron los “hermanos de la vida comunitaria” fundados por Geert Groote y el movimiento de la “Devotio Moderna”. Ambos movimientos ponían énfasis en la necesidad de una experiencia religiosa más íntima, personal, reafirmando el papel salvador y de moral de Cristo. A estas corrientes de reavivada piedad no tardaron en unirse instancias humanistas que propugnaban el retorno a las fuentes originales de inspiración cristiana.
Esta era la situación de la Iglesia de Europa Occidental antes de la reforma. Una reforma que para algunos era necesaria y debía llegar de forma inmediata; para otros era la negación de algunos de sus poderes políticos o de algunos de sus privilegios y que por consiguiente no querían que sucediese. [i]


[i] TENENTI, A. (2003), La edad moderna XVI-XVIII, Ed. CRÍTICA. Barcelona

1 comentari:

  1. Bueno, veo que no he llegado a tiempo con mis comentarios de vuestro texto. Tendríais que intentar no hacer reseñas sino aportaciones propias a través de vuestras lecturas. Además hay partes del txt que son literales y deberían entrecomillarse, a pesar de que incluís la cita. Para alguno de los términos podéis crear enlaces a otras pags, la wikip u otros blogs.

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