La cristiandad occidental, ya desde mucho antes de Lutero, tenía la voluntad de reformar la Iglesia. Este proyecto reformista se había dejado sentir desde el siglo XI y si bien de vez en cuando se satisfizo, nunca fue de un modo completo.
La idea de reforma surgió en el
momento en el que el comportamiento de la Iglesia empezó a ser decepcionante. Los
cristianos ya desde el siglo XI empezaron a observar que la imagen pura y
virtuosa de los fieles más primitivos había desaparecido con el tiempo y se
había generado ante ellos una imagen de decadencia y adulteración. Por tanto, la idea de reforma se nutrió de una imagen del cristianismo que
se fue forjando progresivamente por reacción frente a aquello en lo que el
cristianismo se había convertido efectivamente.
Entre los siglos XI y XIV se produjo un
fenómeno nada paradójico: cuanto más peso había ganado la Iglesia en la esfera
política y más poderes terrenales se le atribuían, más se pensaba que había
degenerado y dejado de cumplir sus funciones más primordiales.
Habría que destacar que ninguna
de las dos partes configuraba un cristianismo más genuino sino que
diferenciaban en las funciones que debía ejercer la Iglesia.
Estas dos tendencias eran por un
lado la espiritualista y por otro la temporal y política. Como los primeros
estaban en minoría y los partidarios de la segunda solían tener en su poder la
organización eclesiástica, más de una vez los segundos condenaron e hicieron
perseguir como herejes a los primeros. Estos dos grupos fueron enfrentándose a
través de los siglos y los grupos de laicos se fueron uniendo al bando
reformista. Esto es perfectamente comprensible ya que la Iglesia situaba a los
laicos en un nivel inferior con respecto del clero. La comunidad eclesiástica
había reivindicado para sí una gran cantidad de privilegios, convirtiendo a la
comunidad cristiana en un conjunto donde ellos eran gobernantes y los fieles,
súbditos.
Este fenómeno se acentuaba hasta
tal punto que la Iglesia se arrogaba el monopolio de la interpretación de las
Escrituras, de la definición de las creencias e incluso de la predicación. El
culto estaba organizado para que los sacerdotes fueran los intermediarios
indispensables entre los hombres y Dios ya que la masa de creyentes no tenía
los medios morales o intelectuales para orientarse por sí sola u oponerse a la
función de los eclesiásticos.
En este contexto, algunos
pensadores reaccionaron de modo radical. John Wiclef (1330-1384)desde
Inglaterra, había sostenido que los príncipes tenían derecho a expropiar al
clero y a distribuir y administrar sus bienes en beneficio de la colectividad;
además, atacaba las indulgencias, la pretensión de los eclesiásticos de
expenderlas y traficar en cierto modo con ellas. Se opuso no sólo a la
infalibilidad pontificia, sino también a la utilidad de tener un papa. Estos
puntos de vista se expandieron hasta Bohemia donde fueron introducidos por
Jerónimo de Praga en 1401 y confirmados por Jan Hus (1369-1415). Este pensador
afirmaba que nadie podía hacerse pasar por representante de Cristo o Pedro si
no imitaba su comportamiento.
Finalmente, las personas
religiosamente sensibles consideraban que el cristianismo se había reducido a
un conjunto de prácticas y devociones externas y que los organismos oficiales
se habían despreocupado de la adhesión interior y la comunidad espiritual con
Dios. Intérpretes de esta insatisfacción fueron los “hermanos de la vida
comunitaria” fundados por Geert Groote y el movimiento de la “Devotio Moderna”.
Ambos movimientos ponían énfasis en la necesidad de una experiencia religiosa
más íntima, personal, reafirmando el papel salvador y de moral de Cristo. A
estas corrientes de reavivada piedad no tardaron en unirse instancias
humanistas que propugnaban el retorno a las fuentes originales de inspiración
cristiana.
Esta era la situación de la
Iglesia de Europa Occidental antes de la reforma. Una reforma que para algunos
era necesaria y debía llegar de forma inmediata; para otros era la negación de
algunos de sus poderes políticos o de algunos de sus privilegios y que por
consiguiente no querían que sucediese. [i]
Bueno, veo que no he llegado a tiempo con mis comentarios de vuestro texto. Tendríais que intentar no hacer reseñas sino aportaciones propias a través de vuestras lecturas. Además hay partes del txt que son literales y deberían entrecomillarse, a pesar de que incluís la cita. Para alguno de los términos podéis crear enlaces a otras pags, la wikip u otros blogs.
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